Como si un sueño fuese allí me encontraba, en una habitación tan blanca
que mis ojos no podían soportar tal intensidad de pureza. Allí me
encontraba sin saber porque, sentada en el suelo sin mirar nada
realmente, sentía esa extraña sensación de vacío, de que algo he perdido
y no volvería a mí.
No sé porque ni que me ínsito a hacerlo pero
baje mi mirada hacia mis manos, que temblorosas se posaban a la altura
de mi pecho. Rojo, carmesí, rojo y rojo, un líquido que se escurre entre
mis dedos que cae al suelo más este no se ensucia de tal impureza. La
sangre que mía no es, la sangre de aquel que he herido, ¿herido?
No
comprendo nada, mi cabeza duele horrores, mis recuerdos se ven difusos y
no encuentro respuesta. Sin saber porque, ni cuándo y menos donde,
busco aquel que herido debía de estar pero nada hay, solo yo en ese
habitación solitaria.
No estoy segura si fue la desesperación, el
dolor o el simple hecho de sentir tal vació dentro que comencé a llorar.
Las pequeñas lágrimas cristalinas resbalaban de mis ojos, recorriendo
mis mejillas y desapareciendo mi barbilla aunque no todos, otras en mis
labios que temblorosos dudan en gritar, gritar y comprender.
No sé
qué hacer, no sé donde huir y no puedo, no puedo acomodar mis ideas para
encontrar una solución factible. No puedo y no puedo, no, no quiero y
no quiero encontrarla. Me sumerjo en mis pensamientos sin sentidos, no
escucho los pasos acercarse y eso que sonoros eran. Lo siguiente que
siento es el calor que emana aquel cuerpo que entre sus brazos me toma,
como si intentase acabar con mi agonía.
-Todo estará bien, todo lo estará-
Fueron
sus suaves palabras que susurradas a mi oído se habían perdido, podía
observar a aquel ángel rubio que parecía aun más afectado que yo, claro,
él si sabia la razón y yo no. Su voz a pesar de ser dentro de todo
calma demostraba una absoluta tristeza y ¿rencor?, seguro.
Sin
saber si apartarlo, si golpearlo o gritarle, sin saber que hacer pude
observar, por arriba de su hombro, mis manos temblorosas que aun a los
lados se mantenían extendidas, las extendí lo más que pude y mis
lagrimas no dejaban de salir. Sentía como cada vez él me aprisionaba más
entre sus brazos buscando un propio auto-consuelo, y ahora lo comprendo
perfectamente.
Como si fuese un leve choque eléctrico el que golpease mi cuerpo recuerdo todo.
Yo
he matado, he sido su asesino quien no sabe que ha cometido su más
valioso delito. No he querido ver la sangre escurrirse entre mis dedos,
no he querido oír el grito desgarrador de agonía porque yo creía que una
mentira seria. Y el consuelo otorgado a mi alma no ha podido curar los
recuerdos ocultos, aquella caja de cristal que sellada deje antes, hoy
se ha vuelto a abrir y el silencioso lamento se opaca bajo las lágrimas
rojas de él. Pues el asesino ha vuelto a mí, otra vez, y ahora sé que yo
solamente he cometido aquello que ellos han querido ocultarme solo para
no sufrir más de lo debido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario