Nunca hubo razón aparente para hacer lo que se hizo, jamás la hubo pero
aun así se realizó lo que nadie debió de hacer. Quizás los gritos que se
oyen desde el piso superior de la casa sería la suficiente tortura para
el corazón de aquel cómplice, aquella persona que sin querer ser parte
de todo esto termino siéndolo, aun así, la tortura que su mente y
corazón recibía en ese momento no era suficiente castigo. Él tenía la
posibilidad de parar todo, él podía acabar con su dolor y el de aquella
víctima, simplemente él era la clave pero no hizo nada, no hizo
absolutamente nada.
Podía sentir como las lágrimas de aquella
persona caían por su rostro hasta el suelo, como los gritos desgarraban
su garganta y destruía lentamente su alma, podía sentirlo sin verlo,
podía oírlo y hasta juraría que podía tocarlo más no era real, su mente
comenzaba a jugarle una pesada broma, la culpa lo estaba carcomiendo por
dentro. Quién sabe si fue por las horas que pasaron y no pudo moverse
de su lugar por temor a ser atrapado, a ser culpado y a no poder escapar
de su cruel destino que su imaginación le comenzó a hacer creer que él
era la víctima, que él estaba en lugar de aquella persona y podía sentir
su mismo dolor, su mente –como la de cualquier humano- jugaba con él.
Cuando
al fin los sonidos cesaron él aun podía sentirlos resonar a la lejanía
en lo más profundo de su alma, cuando al fin vio bajar al agresor
acomodando sus prendas y limpiándose la comisura de sus labios, que
sangre tenían, pudo sentir por primera vez en esa noche que todo se
había desmoronado y que no había vuelta atrás, el daño estaba hecho.
Escucho
las palabras que el otro le dedicaba, diciendo lo bueno y lo inquieta
que era esa persona, diciendo guarradas, sonriendo con locura, sonriendo
como un verdadero enfermo mental. Sus palabras entraban y salían de sus
oídos, no las escuchaba realmente pues podría jurar que oía la jadeante
respiración de la persona que al borde de la inconsciencia se
encontraba en esos momentos, sentía que perdía la poca cordura que
alguna vez tuvo más su acompañante parecía no haber notado ese detalle,
quizás era por el único hecho de que se sentía completo y divertido por
la atrocidad que acababa de cometer.
En esos momentos él entendió
que no existía ningún ser que pudiese castigarlo porque quizás, si
estos realmente existían, estaban tan divertidos como el mismo agresor
que no lo podían culpar o castigar, en esos momentos él comprendió que
la injusticia existía y él era parte de eso. Se levantó de su
"escondite" ya sin importarle ser atrapado, ser juzgado o morir en el
camino, porque de lo que él fue cómplice no podría escapar y aunque lo
hiciese la culpa siempre lo perseguiría, y él lo sabía, él siempre lo
supo en lo más profundo de su corazón, siempre fue consiente y por esa
misma razón se odio más a si mismo que a la persona que frente a él se
encontraba –con una aire de triunfo- sonriéndole.
Quién sabe cómo
termina la historia, seguramente el agresor ahora pasea frente a tu
casa libremente mientras que el cómplice debe estar muerto o simplemente
encerrado en un manicomio, creyendo oír aun la respiración de aquella
persona y su suave voz pidiendo ayuda, la ayuda que no le pudo otorgar y
jurando ver a aquel individuo, que seguramente está muerto, frente a él
aun pidiendo ayuda cuando solo unas cuatro paredes blancas lo rodean.
Lo irónico es que el verdadero loco, el verdadero desquiciado esta fuera
mientras quien quizás tuvo un poco más de cordura está dentro del
loquero, lo irónico es que la justicia siempre ha sido al revés o quizás
solo se aplica al ser humano con cultura y no al cavernícola.
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